martes, 24 de junio de 2008

VIVIR EN EL TIEMPO QUE TE TOCA


Siempre que voy por la calle ya sea paseando o en transporte público, mis oídos están abiertos, captando cualquier ruido, cualquier palabra o conversación de las personas que conmigo comparten esos instantes casuales. Y tengo que decir que he aprendido muchas cosas, recetas de cocina, relatos parapsicológicos, remedio de enfermedades, trucos para educar a los niños, o dietas milagrosas para adecuar nuestro físico corporal a la moda actual.

También soy testigo, de vez en cuando, de los intereses o diatribas sociopolíticas y las conversaciones sobre los privilegios de unos o las carencias de otros, y los aplausos o las cruces espantadoras de males que la gente hace ante las noticias de catástrofes o malos eventos sucedidos a pueblos o comunidades de los que dan noticias los medios audiovisuales.

Estamos en una época en la que el efecto “globalización” hace de bocina de todo aquello que ocurre en cualquier parte del planeta Tierra. Decir "soy de un pueblo de Cuenca", es como ridículo. Decir “soy del mundo” queda como muy bien. Sin embargo cada vez más el habitante de la ciudad quiere escapar “del mundo” para ir a ese pueblo donde se siente como algo importante y donde casi no siente el bombardeo de los males que sufren en tantos lugares.

Esta huida se está convirtiendo en una necesidad para el espíritu. Cada día es mayor el número de personas que dicen no adaptarse al ritmo de la época, que su vida se ralentiza, y no es capaz de adaptarse a las nuevas tecnologías y a su cambio vertiginoso; no nos da tiempo a aprender el uso de un artilugio cuando ya hay otro que lo supera en tecnología, de tal forma que el anterior, cuyo uso no hemos aprendido, ya esta fuera del mercado por obsoleto.

Por demás está decir que la velocidad a la que recibimos las noticias por los medios de comunicación es tal, que no nos da tiempo a asimilarlas, sino solamente da tiempo a asombrarnos, a sorprendernos y a exclamar horrorizados: ¡hay que ver, como está el mundo!, ¡¡¡ da miedo salir de casa!!!

La consecuencia de esta situación es bastante obvia: El Miedo. En general la gente vive con miedo. Y esto es racionalmente aceptable, ya que cuando uno no tiene dominio sobre el medio en el que se desenvuelve su existencia, o al menos no posee los datos de que alguien cercano tiene la solución, el pánico se produce de inmediato, paralizando nuestra respuesta, y cegando por completo nuestro entendimiento. Llevándonos a aceptar como verdadera cualquier profecía catastrófica, o cualquier visión escatológica, porque ya estamos preparados de antemano por nuestra propia impotencia, y creemos sin duda alguna que lo peor llega sin solución. De ahí el éxito de los profetas catastrofistas, milenaristas y Orwalianos.

El experimento que yo mismo realicé con una adolescente que había suspendido un examen de una asignatura que había estudiado mucho y profundamente, fue ayudarle a aprobar el examen de repesca sin volver a estudiar la asignatura, solamente preparé su mente.
Sin demostrar mucho interés la invité a observar mi despacho, le mostré los libros, las distintas formas y objetos del mismo, y después de un rato apagué la luz y le pedí que escogiese un libro de la librería, ante su desconcierto, le pedí que se sentara, y no encontraba la silla, por lo que le dije que fuese hacia la puerta, pero no supo encontrarla. El pánico empezaba a ser el dueño de la situación. Por lo tanto encendí la luz de la habitación, y nada había cambiado, todo estaba allí, reconocible.
Como estaba todo en su mente después de haber estudiado la asignatura. Entonces le plantee lo siguiente: si en su propia habitación, en su casa, era capaz de moverse sin luz, ¿por qué no lo era en mi despacho si también reconocía los objetos cuando había luz? Por el pánico. La solución era fácil, dominar ella la situación ante el examen, y exponer lo que reconocía su mente después de estudiar. Lógicamente aprobó con muy buena nota.
La no aceptación de las distintas situaciones de la vida nos lleva a buscar soluciones milagrosas. Esto es aprovechado por una serie de personajes que en cada época ilustran la historia con presagios, y urden un puchero con sopa de castigos divinos y venganzas de la naturaleza, que cubre el expediente de su evolución natural, con un aire de culpabilidad de los más sensibles pobladores de este mundo. Y a esos tratan de explotar si no mercantilmente, al menos espiritualmente.

Mi receta es más simple: se trata de aceptar nuestra habitación como tal, con su orden o su desorden, pero viviendo racionalmente el tiempo que nos toca. Podemos estar de acuerdo en todo o en nada, pero reconociendo que es lo que toca en este momento. Nuestras creencias espirituales son nuestras, y cada uno tiene que vivir con su propia consecuencia, pero con absoluto reconocimiento de la situación, cambiando lo que podamos cambiar, y evolucionando lo que podamos evolucionar. Pero ¡¿quién ha dicho miedo?! El que ama no tiene porqué tener miedo. Simplemente tiene que vivir en el tiempo que le toca vivir.

viernes, 13 de junio de 2008

MIS TARDES EN EL JARDIN DE LAS HESPERIDES



Es verdad, cuando mis pequeños pies de niño corrían tras la pelota en aquel parque de Larache –en Marruecos- no tenía la conciencia de que estaba jugando en un lugar privilegiado, donde tres diosas, Herea, Atenea y Afrodita, se disputaban tres manzanas de oro. Qué cosas, yo tan niño no veía otro tesoro que una pelota de goma que mi hermano me disputaba y la pelea por alcanzar el primer lugar para beber en la fuente del parque, sin atender al problema que los dioses planteaban, y que tanta vida iban a segar con sus guadañas de oro afilado.

La inocencia tiene esa ventaja, juega con las diosas más traviesas, porque para los niños que allí jugábamos, todos los árboles eran iguales. Sin embargo no parecía que fuese así, a pesar de que nos subíamos a ellos a coger aquellas frutas redondas, que nos prohibían morder, porque una tal Eva la mordió y pasaron cosas terribles. Pero ahora era peor: nos contaba “la fátima” -nuestra cuidadora magrebí- que El Jardín de las Hespérides era el huerto de Hera en el oeste, donde toda una arboleda daba manzanas doradas que proporcionaban la inmortalidad y otros efectos maravillosos, como el poder, la fuerza o la belleza imposible.

Solamente las manzanas que caían al suelo habían perdido su poder, por eso jugábamos a darles patadas como a pelotas. Otra vez los niños superaban a los dioses tratando en su valor real aquello por lo que disputaban los hombres, y por lo que continuamente rogaban a sus diosas y dioses más cercanos. Entre los céltas las manzanas eran el símbolo del saber del pueblo que se iba transmitiendo de generación en generación. Para los atenienses arrojar manzanas o enviarlas a alguien era signo de galanteo, y para los chinos las flores del manzano simbolizan la belleza en las mujeres. Incluso la ciencia debe al fruto del manzano la explicación de porqué nos cuesta tanto levantar los pies del suelo; eso por lo menos nos contaron que descubrió un tal Newton, al ver caer una manzana del árbol.

La historia o cuento antiguo nos hablaba de dioses y hombres que armaron un zipizape enorme: que si Paris, que si Helena y su esposo Melenao, que si Afrodita y Zeus, que una tal Discordia puso en disputa ayudada con una de esas manzanas (si queréis un día os lo cuenta más despacio), el caso es que se armó la de Troya, que duró más de diez años y, ya sabéis, en una guerra acaban perdiendo todos. Y me preguntaba yo siendo niño "y, si pierden todos, ¿por qué hacen la guerra?"

La verdad es que nadie me contestó, y a mí tampoco me importaba mucho, yo me iba a pelear con mi hermano que estaba corriendo a unos patos en dirección a la jaula de los monos. Con la intención de soltar a estos últimos, intentaba abrir la cerradura y uno de ellos lo agarró por los pelos y a “la fátima” sólo se le ocurrió cortarle el mechón que agarraba el mono, y así se le quedó una calva enorme en el tupé. Desde aquel día el mono en su jaula fue para nosotros el famoso dragón de cien cabezas llamado Ladón guardián de las Hespérides, que eran las ninfas encargadas de cuidar los manzanos y de recoger su fruta.

Es cierto que como niños no nos dábamos cuenta de la importancia de esas historias que nos contaban los mayores sobre lo enrevesados que somos los humanos para lograr algunas cosas o para evitar que nos roben lo que creemos es nuestro. Al fin y al término de ese cuento historiado, es que con el pretexto de salvaguardar lo que creemos nuestra propiedad, donde pusimos nuestras ilusiones, bien adquiriéndolas a cambio de un esfuerzo u otra cosa de valor, amenazamos a los otros con grandes peligros y males, como dragones de siete cabezas -léase tribunales, leyes etc..- o directamente con la aplicación de una fuerza terrible, la violencia callejera, el levantamiento civil, el derrocamiento del poder, o la guerra final, donde todos pierden, y donde nos damos cuenta de que las manzanas no son de oro, porque no es oro todo lo que reluce.

De vez en cuándo deberíamos leer los escritos antiguos con el ojo crítico de aquellos que los escribieron para enseñar a los que venían detrás los errores cometidos con el fin de que no los volvieran a cometer, y de que cuidasen de no entrometer a los “dioses” en las discordias humanas, porque entonces los problemas se convierten en mitos, y los mitos son muy difíciles de resolver, porque engañan a los hombres con manzanas doradas.