viernes, 13 de junio de 2008

MIS TARDES EN EL JARDIN DE LAS HESPERIDES



Es verdad, cuando mis pequeños pies de niño corrían tras la pelota en aquel parque de Larache –en Marruecos- no tenía la conciencia de que estaba jugando en un lugar privilegiado, donde tres diosas, Herea, Atenea y Afrodita, se disputaban tres manzanas de oro. Qué cosas, yo tan niño no veía otro tesoro que una pelota de goma que mi hermano me disputaba y la pelea por alcanzar el primer lugar para beber en la fuente del parque, sin atender al problema que los dioses planteaban, y que tanta vida iban a segar con sus guadañas de oro afilado.

La inocencia tiene esa ventaja, juega con las diosas más traviesas, porque para los niños que allí jugábamos, todos los árboles eran iguales. Sin embargo no parecía que fuese así, a pesar de que nos subíamos a ellos a coger aquellas frutas redondas, que nos prohibían morder, porque una tal Eva la mordió y pasaron cosas terribles. Pero ahora era peor: nos contaba “la fátima” -nuestra cuidadora magrebí- que El Jardín de las Hespérides era el huerto de Hera en el oeste, donde toda una arboleda daba manzanas doradas que proporcionaban la inmortalidad y otros efectos maravillosos, como el poder, la fuerza o la belleza imposible.

Solamente las manzanas que caían al suelo habían perdido su poder, por eso jugábamos a darles patadas como a pelotas. Otra vez los niños superaban a los dioses tratando en su valor real aquello por lo que disputaban los hombres, y por lo que continuamente rogaban a sus diosas y dioses más cercanos. Entre los céltas las manzanas eran el símbolo del saber del pueblo que se iba transmitiendo de generación en generación. Para los atenienses arrojar manzanas o enviarlas a alguien era signo de galanteo, y para los chinos las flores del manzano simbolizan la belleza en las mujeres. Incluso la ciencia debe al fruto del manzano la explicación de porqué nos cuesta tanto levantar los pies del suelo; eso por lo menos nos contaron que descubrió un tal Newton, al ver caer una manzana del árbol.

La historia o cuento antiguo nos hablaba de dioses y hombres que armaron un zipizape enorme: que si Paris, que si Helena y su esposo Melenao, que si Afrodita y Zeus, que una tal Discordia puso en disputa ayudada con una de esas manzanas (si queréis un día os lo cuenta más despacio), el caso es que se armó la de Troya, que duró más de diez años y, ya sabéis, en una guerra acaban perdiendo todos. Y me preguntaba yo siendo niño "y, si pierden todos, ¿por qué hacen la guerra?"

La verdad es que nadie me contestó, y a mí tampoco me importaba mucho, yo me iba a pelear con mi hermano que estaba corriendo a unos patos en dirección a la jaula de los monos. Con la intención de soltar a estos últimos, intentaba abrir la cerradura y uno de ellos lo agarró por los pelos y a “la fátima” sólo se le ocurrió cortarle el mechón que agarraba el mono, y así se le quedó una calva enorme en el tupé. Desde aquel día el mono en su jaula fue para nosotros el famoso dragón de cien cabezas llamado Ladón guardián de las Hespérides, que eran las ninfas encargadas de cuidar los manzanos y de recoger su fruta.

Es cierto que como niños no nos dábamos cuenta de la importancia de esas historias que nos contaban los mayores sobre lo enrevesados que somos los humanos para lograr algunas cosas o para evitar que nos roben lo que creemos es nuestro. Al fin y al término de ese cuento historiado, es que con el pretexto de salvaguardar lo que creemos nuestra propiedad, donde pusimos nuestras ilusiones, bien adquiriéndolas a cambio de un esfuerzo u otra cosa de valor, amenazamos a los otros con grandes peligros y males, como dragones de siete cabezas -léase tribunales, leyes etc..- o directamente con la aplicación de una fuerza terrible, la violencia callejera, el levantamiento civil, el derrocamiento del poder, o la guerra final, donde todos pierden, y donde nos damos cuenta de que las manzanas no son de oro, porque no es oro todo lo que reluce.

De vez en cuándo deberíamos leer los escritos antiguos con el ojo crítico de aquellos que los escribieron para enseñar a los que venían detrás los errores cometidos con el fin de que no los volvieran a cometer, y de que cuidasen de no entrometer a los “dioses” en las discordias humanas, porque entonces los problemas se convierten en mitos, y los mitos son muy difíciles de resolver, porque engañan a los hombres con manzanas doradas.

4 comentarios:

Gracia Iglesias dijo...

Qué razón tienes: culpamos a dios de lo que es sólo culpa nuestra y luego, encima, queremos que nos saque del aprieto a costa de que castigue terriblemente a otros. Pero, claro, para eso primero tenemos que inventarnos varios dioses distintos, uno para cada uno (o para cada grupo, que en el fondo da igual), porque si no se daría un terrible conflicto. De esa forma, con dioses de nombres diferentes, podemos culpar al otro de adorar una farsa y argüir que sólo nosotros conocemos al verdadero guardián del paraíso. ¡Absurdo! Si se lograse que todos reflexionáramos sobre esto quizá las cosas irían mejor sobre este maltrecho planeta que llamamos La Tierra.
Ayer Pedro y yo participamos en un maratón de cuentos en Chiloeches (Guadalajara) y contaron una historia preciosa sobre el puzzle del mundo. El cuento terminaba diciendo “cuando reconstruí al hombre me di cuenta de que había reconstruido al mundo”. Algún día, si quieres te cuento la historia entera, pero creo que el final es lo que importa: primero tenemos que reconstruir la humanidad y luego no importará el nombre del dios al que adoremos.

nuria ruiz de viñaspre dijo...

Lo que más me gusta de ti y de tu laberinto. El prisma bajo el que miras y concibes la vida. Tu prisma. Aquella figura también antigua de geometría que no es más que un sólido con dos lados paralelos donde colocas en su base -que es la balanza del mundo- lo antiguo con lo moderno para acabar sopesando el lado más humano del hombre y sentar cátedra con estas asociaciones tuyas tan hermosas de ideas- Siempre me es un placer leerte.

Anónimo dijo...

Yo creo que nos sería más fácil reconstruir al ser humano y el mundo si partiesemos de una realidad infinitamente grade, que está por encima de las envidias, los odios y las manzanas, si realmente siguíesemos lo que EL nos dice y no nos entretenemos en crear dioses de segundo orden, ya sean Hermes, Afrodita o el dios éxito y dinero.
De todas formas... qué grandes son los niños! con la inocencia que tú, papá, dejaste en Larache, o la que yo poco a poco he ido derramando por mi camino, según he ido creciendo, con esa sublime inocencia, amor blanco sin ambición y si tiene algo de envidia, envidia inmadura, no premeditada ni maligna, en fin de esa manera seremos los seres humanos reales, los que se respetan a ellos mismos, a los que les rodean y por supuesto a su entorno.
UN BESO

nuria ruiz de viñaspre dijo...

Bonita reflexión Isa, ¿cuándo vas a dejarte caer en palabras en el rascacielos? jeje. Todavía no te lo he dicho pero nos encantó conocerte.

Rafa, ínstala sutilmente a que deje allí alguna huella...