domingo, 23 de marzo de 2008

Dolores en los pies.


Siempre me he preguntado si la preocupación que tenemos los humanos por las bases no será un reflejo de nuestra propia esencia vertical. Que yo sepa el homínido arborícola no muestra ese trajín por calzarse los pies, ni esa inquietud por sus miembros inferiores.

Esta reflexión la he tenido estos días de Semana Santa, incitado por los reportajes televisivos de las procesiones.

Es ya un plano típico enfocar los pies de los costaleros –las bases de los tronos procesionales-, ¡que juntitos todos!, con alpargatas iguales, y sufriendo las irregularidades de los adoquines -¡Uff, que dolor de pies!-, y los pobres penitentes descalzos, arrastrando cadenas y cruces, a algunos incluso les cuesta su propia sangre.

Son días de siembra para los podólogos, porque supongo que esa señora que iba renqueando con sus zapatitos de charol, y con una vela en la mano no creo que se calzase para sufrir, ni la acompañante de mantilla con sus zapatos de tacón de aguja, que trastabillaba torciendo sus tobillos buscaba otra cosa que lucir engalanada para la ocasión. Pero al llegar a sus casas, ya oigo sus lamentos, y las promesas para otra ocasión: ¡que dolor de pies, otra vez me pongo las deportivas!, y me las imagino con la mantilla y peineta calzadas como para un maratón. No sé, pero apuesto a que no cumplirán su promesas, y que el lunes irán al podólogo que espera sentado en su consulta.

Por qué no habremos ideado algún otro sistema que nos liberara de tener que sufrir nuestra verticalidad. Al fin y a la postre siempre que se piensa construir un edificio empezamos por la base. Que sea fuerte, que aguante la estructura, y a la vez sea bonito y no se desmorone con los diferentes ataques del suelo. De ello depende todo el edificio.

Sin embargo tratándose de nuestro cuerpo, desde niño me aconsejaban que mantuviera bien alta y firme la cabeza, pero nunca me dijeron que no me doliesen los pies. Recuerdo el día de mi primera comunión como el día más horrible de mi vida en cuanto al dolor de pies. Como yo era grandecito, no había zapatos de charol blanco con mi número, así que tuve que ponerme unos más pequeños, y el vendedor aconsejaba que me los pusiera unos días antes para ir "domándolos". Yo creo que al becerro con cuya piel hicieron aquellos zapatos lo mataron por indomable, y ahora querían que después de muerto lo domase yo, ¡un cuerno! Aquel día hicieron poco por mi fe.

Esto de domar las bases es ya un hecho histórico, por eso todo lo que esta pegado al terruño cuesta tanto, y es tan sufriente. No creo que el mejor remedio sea ir todos descalzos, e igualar a todos por lo bajo. Sino que hay que subir un plano a todos, poner buenos zapatos a los pies, e igualar el pavimento para todos. Acabar con la profesión de podólogos o representantes sindicales de las bases, porque ya no existan pies doloridos, y las cabezas puedan mantenerse altas y firmes, para poder mirarnos a los ojos sin muecas ni manifestaciones de dolor o de chanza, y no tengamos que decir nunca: ¡ mira que jodido va ese!

3 comentarios:

nuria ruiz de viñaspre dijo...

Yo creo que los pies simbolizan el alma, de hecho sostienen nuestro cuerpo -la materia- con todo su peso, no sólo el físico sino el peso espiritual, pero es lo que menos cuidamos, son nuestra carencia espiritual, nuestra asignatura pendiente. Los calzamos con zapatos infames y no caemos en que con esa prisión, encarcelamos tb nuestras almas… qué ingratitud

Gracia Iglesias dijo...

La humanidad sufre un crónico y trascendente dolor de pies porque aún no hemos sido capaces de darnos cuenta de que la clave para la supervivencia de la especie está precisamente en la base.

Gracia Iglesias dijo...

Por cierto, me gusta la foto.