Cuando íbamos a confesarnos por cuaresma, el cura sin pizca de delicadeza, y sin tener en cuenta la vergüenza que sentíamos aquellos niños de los años sesenta, nos animaba a decir los pecados cometidos y para ello nos preguntaba: ¿cuántas veces?, ¿has hecho manipulaciones?, ¿te has toqueteado?...
Se nos ponía desbocado el corazón; rojos y llorosos, le decíamos lo que quería oír: seis veces, diez veces, ¡lo que fuese!, con tal de que nos pusiera una penitencia y nos dejara ir. Yo creo que eso del sacramento de la penitencia estaba bien puesto, porque cada uno retrasaba más el ir a confesarse, ya que no éramos masoquistas. No queríamos pasar por semejante martirio, y si uno se manipulaba pues allá él con su buen o mal rato.
Hoy al parecer ya no preguntan eso. Ahora, según el Vaticano, parece que van a preguntar si hemos hecho “manipulaciones genéticas”. A lo mejor quieren decir lo mismo pero en más moderno, porque digo yo, ¿tengo alguna oportunidad de manipular genéticamente embriones? O acaso puede ser que esté pecando cuando intento darme un crecepelo para evitar mi alopecia irreversible.
Pero aún será peor cuando haga mi examen de conciencia y me vea pecador por hacer intentos por vivir mejor. ¿Seré obsceno porque tuve la tentación de jugar a la loto a ver si me puedo comprar un coche nuevo, a expensas de que a otro no le toque y a mí sí?
Lo que creo es que ya no creen en el evangelio y, con el afán de renovarse o morir, parece que el medio ambiente les empieza a preocupar. Esto es muy extraño, porque fue el Vaticano quien puso -pusieron- en la picota de ser casi un hereje a Pierre Teilhard de Chardin, cuando en 1961 publicó en París su “Himno del Universo”, con sus apartados “La potencia espiritual de la materia” y “la misa sobre el Mundo”. Si hubiésemos amado y respetado nuestro mundo con el espíritu de Teilhard, hoy no tendríamos que haber convocado la conferencia de Kyoto, y la Iglesia vaticana no se habría sacado un nuevo pecado capital.
Pienso que Jesús de Nazaret vino a traer un mensaje muy concreto: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado”, “amad a vuestros enemigos”. No el fácil chiste de: “no tires ese papel al suelo, sobretodo ese rubito de allí, que le voy a dar un capón”. Jesús era más dulce y serio.
Hablar de injusticia social está muy bien, pero no creo que ningún jefe de estado o ningún político, ninguna multinacional, ningún grupo étnico o raza vaya a una iglesia a confesarse por sus injusticias en materia de inmigración, o injusticias sociales para con los pobres de este mundo.
Entonces, pobre viejuca que acude a su parroquia del barrio, ya no tendrá que ir a confesarse, está salvada de ¡los antiguos pecados!; ya no existen, y los nuevos no los entiende. Lo mejor es no confesarse. Con esto no tienen que pasar la vergüenza que pasábamos los chicos de entonces, cuando los curas nos preguntaban: ¿Cuántas veces? Ahora, tendré que vigilar no tirar colillas al monte, ni hacer barbacoa en la playa, no sea que pierda el cielo, además de perder la tierra.
miércoles, 12 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Tienes razón, pobre viejecitas, ya no van a poder ni confesarse a gusto.
Qué terriblemente humana es la Iglesia y qué equivocada está cuando cree que con este tipo de medidas se acerca más al mundo. Hay otros problemas mucho más urgentes a los que siguen dando la espalda. Lástima, porque Dios no es así.
Publicar un comentario